31 de marzo de 2013

Hace 1095 días

31/03/10 - 16:55h. 
Las manos me sudan y el corazón me late desubicado. No tengo ni idea del disparate que yo misma pretendo hacer... aunque en realidad son miles de dudas las que me interrogan.
Una parte calmada y racional me susurra que me vaya y deje pasar el tren. Que vuelva a casa y continúe con mi vida. Que me invente cualquier excusa que me aleje de ese vórtice de locura.
Otra, sin embargo, que retumba y me hipnotiza con su eco, me empuja a montarme en el vagón que me lleve hasta donde he estado deseando largos meses. Que me deje llevar, que me enamore.
Y casi sin darme cuenta, estoy sentada junto a la ventana del tren, viendo pasar kilómetros intrascendentes de paisaje que se hacen eternamente fugaces. Y no obstante me da tiempo a arrepentirme y reafirmarme tantas veces que casi parecen imposibles.
Pienso en él, en nuestro plan establecido para encontrarnos, y un escalofrío me llena de horror y de satisfacción. Atrapada en la estrechez del vagón sólo me apetecería correr en un rumbo que no tengo del todo claro.
Todo pasa mucho más rápido ahora, y sólo siento el pulso acelerarse en el cuello a medida que los metros se restan.

Una melodía que tantas veces he escuchado, ahora me provoca ansiedad... y la voz metálica que la acompaña anunciando la próxima parada me resulta, cuanto menos, sentenciosa.
"Es ahora o nunca", pienso. Y mis piernas elevan el peso del cuerpo trémulo hasta llevarlo a la puerta más inmediata. Me parece un triunfo haberme acercado hasta allí... las piernas casi no me sostienen, y al darme cuenta de que los cristales me reflejan, me siento incluso sorprendida.
Me sonrío sin convicción, casi con pena, intentando distraerme pensando en las razones que me han traído hasta allí... pero estoy más pendiente del escenario de fondo que cambia de túnel oscuro a andén abarrotado.
Inmediatamente mis ojos intentan encontrarle entre los rostros de toda esa multitud, aunque sepa que es imposible distinguir nada con tanta velocidad.
Poco a poco el tren va parándose en la estación, e inversamente mi pulso se acelera. Las puertas se abren en último término y sólo tengo que bajar a la "Tierra Prometida".
Fugazmente la voz calmada en mi cabeza me dice que vuelva a subirme... que desaparezca, pero no quiero oírla: hoy no.

Bajo del vagón y disimuladamente busco su sonrisa, la camisa blanca que prometió ponerse para recibirme. Le sigo buscando mientras los andenes van quedándose desiertos y todo parece ir lento ahora.
Por fin, la niebla de gentío se disipa e insinúa su figura en mitad del andén...  sonrío, esta vez convencida, y sé que ha merecido la pena ir hasta allí.
Antes de que haya asimilado la situación estoy frente a él, sintiendo su mirada brillante, segura y valiente, frente a la mía... y aún mucho antes de que sea capaz de articular alguna tontería para romper el hielo, sus labios me han callado y no siento nada alrededor. No siento miedo, no siento incertidumbre, no siento ganas de correr. El tiempo se ha parado sin saber cómo.
Cuando abro los ojos vuelvo a encontrarle a escasos centímetros, sintiendo su aroma en las sienes y los pulmones. Me dedica una sonrisa, la más bonita que recuerdo, y me siento drogada.
Creo que ese momento me ha sentenciado sin piedad... y entonces no puedo hacer más que abandonarme y volver a hundirme en él.