2 de diciembre de 2012

Avant l'amour (Prélude)

Nuestro reencuentro es inminente; es sólo cuestión de horas.
Horas previas que me saben a gloria y a ilusión. Horas que intento retener el mayor tiempo posible,aunque algo dentro de mí esté deseando que esa distancia compuesta de segundos caducos marchite lo más rápido posible.
Me hace feliz recrearme en imaginar el beso que le daré nada más verle; la sonrisa que me dedicará; el escalofrío que encenderá con la caricia de sus yemas ásperas.
Me hace aún más feliz ser incapaz de adivinar cada uno de los pequeños detalles (únicos) que iré descubriendo cuando esté a mi lado.
Siento casi los mismos nervios del primer día a pesar de tantos meses como han pasado en nuestro calendario personal... y es eso lo que me hace estar segura de que me mantengo viva; de que sigo enamorada.

Antes del amor aguardo con una sed desértica y ansiosa que me cosquillea en la garganta. Ansío el manantial de agua salvadora que son sus labios y sus manos. Siento un anticipo de vida, de victoria. Pareciera que no hay nada contra lo que sea imposible luchar. Me siento fuerte, me siento invicta. Me siento David asiendo la cabeza de Goliat.
Antes del amor ya no quedan melancolía ni noches en vela. Sólo el deseo de paladear la ilusión que me provoca volver a tenerle. Quiero que el tiempo vuele parsimonioso y torpe como una mariposa.
Antes del amor, florece la primavera en mi pecho de piedra.
Antes del amor, vuelvo a tener esperanza.



9 de junio de 2012

Après l'amour.


Rozo su garganta con los dedos. Siento la piel palpitante, oscilando entre sutiles escaladas y caídas con el viaje de la sangre. Deseo sentirlo para siempre. Deseo que el momento no acabe.
Pero no me da tiempo a terminar mis conjuros. Abro los ojos bajo la lluvia, como si me hubieran abandonado ahí al azar, tragando bocanadas de humedad fría a dos palmos de mi puerta, y entonces soy consciente de la realidad, de que los momentos en los que prometí quedarme, me han traicionado y se han extinguido.
Me siento como si hubiera despertado de un largo letargo inducido por alguna droga aniquilante. Y también siento frío: la lluvia sigue empapándome con un estúpido intento por hacerme reaccionar. Pero no puedo.
Quisiera volver adonde estuve momentos atrás, en los que estaba segura de conocer la felicidad. La felicidad que lleva su nombre; la única que existe para mí ya.
Y así me quedo, enmimismada, como si fuera de mármol.
 
Después del amor siempre me queda una resaca más dolorosa que la que pudiera engendrar una noche de tequila y vino. Sólo quedan fantasmas, de sus abrazos que ya no me rodean, de sus besos que ya no me callan, de sus ojos que ya ni me miran ni me absorben. Sólo queda ausencia y la cama es demasiado grande. Tanto que se me olvida dormir y soñar.
Después del amor sólo queda melancolía, ganas de volver y no regresar. De parar el tiempo y que no queden horas ni noches en vela.
Después del amor, marchita temporalmente todo lo que había florecido.
Después del amor, sólo me queda el recuerdo.

3 de abril de 2012

Manía adulterada.


Y quizás lo que más hería mi orgullo de leona desgastada y amedrentada, era el mero hecho de tener que rendirme. El tener que conformarme con la derrota; el tener que dejar escapar el júbilo por el inexistente espacio que quedaba entre los labios, tan juntos que hasta las mandíbulas las sentía temblar.
No podía renunciar, no entonces, y desde luego, no cuando estaba todavía en un punto alejado completamente de la realidad. No cabía en la mente siquiera imaginarlo.
El odio me rugía en el pecho, desesperado por salir apenas transformado en un hálito tibio, mientras sabía que aquello era demasiado despreciable para sentirlo incluso hacia una persona de la cual sólo conocía el nombre.
     Sentía la suciedad en la conciencia de quien está a punto de cometer una brutalidad premeditada, y el temor de quien guarda un secreto a voces. Y con el tiempo, comencé también a sentir la amenaza de su anónima presencia en cada lugar que pisaba.
Los momentos de dicha empezaron a envidiar a los de tormento. Éstos se hacían cada vez  más largos y frecuentes, y el espectro de ese desdén me devoraba el sueño y el pensamiento.
Hubo un tiempo en que sentí endurecer las venas bajo mi piel, por la sangre envenenada que hervía recorriéndolas. No había duda de que la locura estaba haciendo mella en un recóndito lugar donde (no mucho) antes cupo la razón.
Fue cuando me hice consciente de las pérdidas; de todos y cada uno a los que había querido y que ya no estaban, y cuando me juré que no pararía hasta acabar con el fantasma de mi obsesión.


            Supuse que si lo encontraba cara a cara, y comprobaba que era de carne y hueso, ese hechizo se rompería y yo volvería a ser libre de nuevoY descansaría. Y tal vez, te volvería a rescatar a mi lado.