21 de noviembre de 2010

Hold me, forever.



Me encanta cómo tus manos se ajustan a cada relieve de mi piel.
Pareciera que he sido diseñada exclusivamente para ellas...


Siempre vi tus manos como un objeto de deseo, de placer; siempre me sentí atraída por ellas.
No sé cómo, pero las quise sentir de cualquier forma imaginable. Incluso aunque fuesen de mármol, aunque fuesen frías. Llegaron a convertirse en mi mayor obsesión, día y noche.
Aprovechaba cada momento a mi alcance para contemplarlas...cada vena, cada surco dibujado por ellas en la piel, suave y marmórea. Al rozarlas casi sentía cada latido, y el calor que cualquier otro cuerpo desprendería por el continuo flujo de sangre viva.
Mantenía esas manos entre las mías cada día, hasta que contagiaba algo de mi calor en ellas.
Curiosamente, un día, al volver a tu encuentro, el rubor de mi piel no había desaparecido de la tuya: una extraña tibieza las avivaba, y un brillo tenue y casi imperceptible adornaba tus ojos etéreos y aún exánimes.

Seguí repitiendo la misma acción...días, semanas, meses...y poco a poco notaba cómo cada vez cobrabas más calor y más vida; retenías cada grado que yo te ofrecía. Incluso comencé a sentir como si por tus venas, esas que surcaban por tu piel suave y pétrea, circulase sangre preciosa, caliente y humana.
Comencé a notar al cabo de un tiempo que tu pecho latía y que ocasionales suspiros escapaban de él, aunque permanecieses inmóvil, en la misma posición de siempre...
Yo no dejaba de desear que fueses real a la par que perdía mis dedos por tu infinita piel, volviendo siempre a ese punto de origen causante de mi anhelo...tus manos...no podía dejar de hacerlo hasta entonces...
...entonces apretaste mis manos entre las tuyas, sin esperármelo apenas...y llevaste una de ellas hasta mi barbilla, para levantar mi mirada hacia la tuya, más viva que cualquier otra que jamás pudiese haber visto en un ser humano.
Una sonrisa se dibujó en el mármol, ahora rosado, de tu piel y no pude dar crédito de lo que estaba viviendo.
Uno de tus dedos se deslizó a mis labios y abandonaste tu sostenida posición para besarme y estrecharme contra tu cuerpo, amoldando tus manos en las formas de mi cuerpo, esculpiendo cada centímetro de mi piel con tus dedos.

Te hiciste real por fin, me hiciste tuya tantas noches que perdí la cuenta.
Eras mi sueño hecho realidad; por fin podía sentir tu corazón latiendo bajo mi oído, enredar mis dedos en tu pelo de plata delicado y sedoso, tocar tus labios perfectos como la obra de arte que eras, abrazarte y sentir tu estremecimento, besarte y sentir tu respuesta inmediata.
Los años pasaron y nada cambió, continuaste a mi lado como el primer día y el amor por el que cobraste vida parecía no acabar nunca.
Yo empecé a envejecer, pero tú continuaste fresco, perfecto, ágil, suave. Era doloroso ver cómo el tiempo me arrebataba tu compañía, me obligaba a separarme de ti.
Lo único que recuerdo de ti antes de desaparecer del mundo perecedero, son tus lágrimas calientes y tus manos, que toda una vida habían estado sosteniéndome cálidas y ardientes...esas a las que yo misma di vida, convirtiéndose en lo que fueron mucho tiempo atrás, mármol blanco, perfecto y frío rodeándome, contra tu pecho que paulatinamente dejaba de latir a la vez que yo dejaba de sentir.


Imposible olvidar todas los momentos en los que me hiciste tuya, los momentos en los que fuimos uno, una sola figura...Tu sonrisa, tu pelo, tu cuerpo y por encima de todo...tus manos.