27 de diciembre de 2011

La sonrisa de la Luna.


La exhibe burlona, sarcástica, irónica incluso. Cuando más respuestas necesito que me dé. Cuando la noche es tan oscura y tan fría, que un poco de luz compasiva no me vendría nada mal.

Ruego, rezo, lloro, pero eso alimenta su osadía y su sonrisa parece si cabe más blanca, más malévola.
Y mientras tanto el silencio me sigue ensordeciendo, las respuestas que no me han sido dadas retumban en la nada, y el viento, único testigo, agiganta mis ganas de gritar.

       Las piedras que arranco del suelo magullándome las manos, las lanzo al infinito, con la inútil intención de herirla, y me son devueltas con la ira multiplicada. Y la sangre que brota de los rasguños, se baña con una tenue luz nácar, asemejándose más a eyaculación profusa que a herida abierta y doliente.

Pero muy a mi pesar, aunque los dioses parezcan estar lejos, muy lejos, escondidos tras la Luna, este es un lugar perfecto para notar las estrellas un poco más accesibles sin embargo. Para sentir el mareo del mundo girar con cada segundo que pasa; para ver el dolor garabateado en los rostros de quienes lo habitan.
Es idóneo pero tú no estás aquí.
Las respuestas que busco noche tras noche llevan tu nombre grabado a fuego, aunque no puedas percibir el humo. Quizás (y sólo quizás) no las recibo porque me faltas y me dueles.
Me dueles con placer y alegría, con desgarro y noches en vela. Con recuerdos, deseos, caricias, tus manos sosteniéndome el pelo, tus ojos ahogándome en un abismo de locura, crucificándote a besos, con mis lágrimas mojándote la camisa, con tu perdón enganchado al oído, te abrazo más fuerte, me sigo deshaciendo, me besas, me siento contrariada, te amo, te odio, te odio otra vez, pero el 'te amo' me acaba venciendo, me lo susurras, me siento morir.

               Al final caigo sobre mis rodillas en lo alto de ese extraño paraje de sufrimiento y melancolías.
Me doy por vencida, siento una espada atravesándome el esternón y las costillas, una mano haciendo cabos náuticos en mi garganta, la luz del alba traicionándome a cara descubierta, esa que alguna vez fue mi cómplice cuando te tuve entre mis brazos largas noches.
La sonrisa de la Luna se mantiene impasible mientras avanza hacia el horizonte.
Ni una sola caricia, ni un beso robado, ni un adiós. Nada me salvará al final de esta noche.

11 de octubre de 2011

Siento no poder.




Hay días como hoy, en los que debería acostarme sin más. Debería darle una patada al mundo y dejar de preocuparme, cerrar los ojos hasta que la luz de un nuevo amanecer me obligue a abrirlos.
Debería, debería. Pero no puedo.
Disfruto tanto con mi propio malestar que me obligo a pensar más minutos de los necesarios. Entonces la realidad se hace una bola cada vez más grande, adquiriendo mayor diámetro y se atasca en el espacio comprendido entre la razón (y el sentido) y los banales y peligrosos sentimientos.
No fluye ninguna corriente; ni positiva, ni negativa (¡qué bien me vendría un poco de alegría ahora mismo!). Estoy como atascada, entumecida, desorientada.

      Odio que las cosas se pongan en mi contra un día al azar del calendario.
Odio además que ese día coincida en un lunes.
Odio aún más que te pongas de acuerdo con todas esas cosas que odio y me hagas odiarte a ti y a tu odiosa ausencia fantasmal. 
Y es que sé que estás, pero no sé dónde encontrarte.
Y quiero buscarte a tientas en el abismo, pero me cortan los brazos.
Deseo volar para rescatarte, pero me atan las alas con candados.


Ya lo ves. Con mis interminables defectos sigo aquí, dispuesta a darlo todo de mí y más si es por ti.
Siento no poder quitármelos cada vez que te abrazo, cada vez que te recuerdo, como si fueran un abrigo o un disfraz. 
Siento no tener unas virtudes que eclipsen todo lo malo de mí.
Pero si algo tengo claro, es que  "no sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser junto a ti todo lo que soy"*

*(Gregorio Marañón)

21 de septiembre de 2011

Palabras al viento (de tu aroma).

Siempre me siento en el mismo lugar, sola, sin compañía, con la intención de que las palabras fluyan desde el desván de mi cerebro.
La pereza, o quizá la desgana, me susurran al oído lo que ya sé: "te faltan ideas...¿y tu inspiración?" y acabo por dejar aquél lugar y desviar mi atención hacia cosas "más" importantes.
Quizás es que no encuentro las palabras adecuadas a lo que quiero decir, o simplemente sea más sencillo (y contradictorio) todavía y las palabras que quiero usar no encuentran nada que decir.
Sí, eso parece lo más razonable...
Sólo se me aparecen trazos con significados aparentemente conocidos, en forma de una especie de diapositivas sin censura. Y entre todas ellas hay imágenes conocidas, imágenes de lo que deseo, de quien deseo (Tú) introducidas como mensajes subliminales en campañas publicitarias.

Mi atención se desvía y ya si que no sé qué decir con la boca o con los dedos, porque mi cabeza comienza a hablar en otro idioma cuyo nombre desconozco, cuyos signos no sé representar.
Sólo siento descarga, electricidad, corrientes, abismos y vórtices.
No siento tiempo, no siento espacio, no siento consciencia. No siento palabras, ni sonidos, ni razón.

Calor, vida, muerte, ansiedad, tranquilidad, anestesia, dolor, felicidad, amargura, dependencia, libertad.


No sé qué es y me perturba. No sé por qué aparece siempre que las imágenes se parecen a ti. No sé desde hace cuánto tiempo.
No sé si tú también.



27 de junio de 2011

Un último café.















El último café que recuerdo es el de tus ojos oscuros y fulminantes.
Intenso no al modo de los cafés italianos (que suelen ser más bien cortos)...no. Una intensidad que va más allá de eso, una intensidad que se queda impregnada y permanece, como acompañándome.

Desde ese momento, no he podido quitarme el sabor que tu mirada me dejó.
Cuántos cafés...¡cuántos! habré probado tras estar contigo, y ninguno ha sido capaz de revivir sensación alguna en mis sentidos malheridos y drogados.

Estoy deseando volver a encontrarme contigo para que el sabor que reside en mi recuerdo vuelva a estallar y me convenza de que eres tan real como el suelo ardiente bajo el sol o el suspiro que se me escapa entre los labios, al recrearme una y otra vez en esa inconfundible sensación.

31 de marzo de 2011

Una luz que nunca se apaga.

Qué bonito nombre para un significado tan utópico. Esperanza.
1. f. Estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos.

Es algo tan abstracto pero tan cercano sin embargo...
Siempre estará ahí cuando nos sintamos desalmados, cuando no veamos un horizonte en el fondo del paisaje o de la existencia misma, cuando creamos perdido a alguien en nuestra vida. Siempre.
Siempre será la pequeña llama que te queme por dentro, que te inste a continuar, o a desear simplemente, hasta el abatimiento.
Incluso la última ceniza prenderá con una minúscula luz, aunque casi no se pueda ver, aunque casi sea efímero.
No lo niegues.

¿Escepticismo?
Frente a eso, te diré, que sí, que la esperanza también es esa sensación mínima de felicidad ante la tormenta oscura, una felicidad inocente porque tenemos esa humana respuesta de evasión llamada imaginación.
¿Qué se escapa de nuestro dominio con ella?

Entre otras tantas cosas, la esperanza nos humaniza...será por eso que somos una especie tan obstinada, irreflexiva...tan débil.